Con esto de estar terminando la carrera, se me ha hecho rara esta época de exámenes. Normalmente, tenía 4 ó 5 exámenes, con apenas unos días de diferencia entre ellos. Y la época de reclusión duraba un mes aproximadamente.
Pero este año es distinto. Sólo un examen. El primero y el último. Se me hace extraña la pregunta de "¿Cuándo acabas los exámenes?", ya que sería la misma respuesta que "¿Cuándo empiezas los exámenes?". Es como si el examen durara un suspiro, como si no fuera tan importante. "Qué suerte", dirán algunos. Pues no. Preferiría hacer varios exámenes a tener que hacer "este".
Tanto la asignatura y el examen son muy difíciles (entre otros factores más que conocidos por todos los que han cursado la asignatura). Va a ser difícil aprobar, y ni siquiera los ánimos me valen. Todo lo contrario. Me hacen ilusionarme con que voy a aprobar seguro, que yo puedo, que si suerte, etc., y acabo creyéndomelo.
Pero al estar en el examen y ver que no puedo responder algunas cosas porque no las recuerdo bien, o dudo en el resultado de los problemas, o que ni siquiera me dé tiempo a hacer lo que sé, me hace recordar a todos aquellos que me han dado ánimos y que los estoy defraudando. Y entonces es cuando el examen se hace más angustioso aún.
En muchas ocasiones hay que ser realista (que no es lo mismo que pesimista), conocer tus propios límites, saber de qué eres capaz y de qué no, y no dejarse ilusionar tan fácilmente por lo que te digan los demás. Y sí, se pueden tener ilusiones, pero hay que saber llevarlas y no tener demasiadas, ya que si vives de ellas y las pierdes, no te queda nada.
Prefiero tener mis pies sobre el barro de la realidad y decir que voy a suspender, a tener los pies en una nube de ilusión, asegurándome el aprobado. ¿Qué hace más daño? ¿Resbalarse en el barro o caerse de una nube?