jueves, agosto 02, 2007

Los días que Miguel Hierro jamás olvidó (3)

Los días que Miguel Hierro jamás olvidó (3 de 6)

Por fin entré a mi habitación. Armarios, tele, un aseo decente, una cama no muy grande, un sillón, una mininevera, una mesa, un par de sillas... A saber cómo sería la suite. Si llego a saber que iba a tener el planazo de esta noche, no hubiera cambiado la habitación. Maldito niño pijo...

Después de echar un vistazo por la habitación, abrí mi equipaje, pensando en qué me pondría esa noche. Menos mal que el hotel tenía una pequeña discoteca, y pensé en meter ropa de fiesta en la maleta. Precisamente la compré antes de ayer, ya que necesitaba renovar mi vestuario de arriba a abajo. Dejé encima de la cama la ropa que me iba a poner para esa noche, y me lancé al aseo para darme una ducha. Aún tenía mi ropa mojada del chaparrón que me pilló a la entrada del hotel.

Qué gusto daba eso de no tener que estar varios minutos para secarte el pelo. Antes dependía de los secadores y era un porsaco tener que estar cuidando el pelo todos los días. A parte de que tenía hambre, estaba muy ansioso por lo que vendría después de la cena. Así que, cuanto antes cenara, antes disfrutaría del postre...

Al ir a vestirme, me di cuenta de que no había quitado las etiquetas a la ropa. Un tijeretazo a cada cosa, y listo. Pero el problema llegó cuando quise ponerme una de las nuevas camisas que llevé. Las mangas estaban cosidas por dentro y no había manera de sacar los puños. Miré las otras dos camisas que tenía y tenían el mismo problema. Joder, menudo defecto de fabricación. Con un poco de maña, conseguí abrir las mangas de la camisa que me iba a poner. Las otras intentaría no ponérmelas, para poder cambiarlas en la tienda al volver.

Ya estaba hecho un pincel, así que bajé a la zona de restaurante. Algo bueno que me supuso cambiar la habitación eran las comidas gratis. Y allí tenían una mesa reservada para mi. Menudo honor. De todas maneras, yo fui el primero en llegar, así que no hubiera tenido problema en coger cualquier mesa. Pero me hacía ilusión que en la mesa hubiera un papelito con mi nombre. El camarero me trajo la carta. Me dio tiempo a pedir, antes de que fuera llegando la gente al salón del restaurante.

Mientras esperaba a que me trajeran lo mio, vi cómo llegaban. Primero, la mujer setentona que me miró mal hace un rato, cuando tropecé con el pavipijo. Después una pareja un poco mayor que yo. A continuación, la familia con los niños. Dejé de fijarme en ellos en cuanto me trajeron el pan y la bebida. Suelo gastar el pan antes de que llegue la comida. Es una costumbre que ni mi ex me pudo quitar.

De primero pedí un consomé. Aunque fuera verano, eso de ir con la ropa mojada no me había sentado bien. Necesitaba tomar algo calentito. Y tan caliente que estaba... Por no soplar la cuchara, me quemé. Encima, solté un pequeño alarido que al parecer sólo oyó la mujer mayor. Se me quedó mirando con cara de desprecio. En fin, se ve que no tenía cosas mejores que hacer la mujer. Yo ahí comiendo y ella mirando. Te retuerces de envidia por dentro porque a mi me han traído ya la comida y a ti te van a tardar un rato, ¿eeeeeh? Pues más que te lo voy a restregar. Empecé a sobreactuar mientras me tomaba el consomé, degustándolo con exageración mientras ella seguía mirando con su cara atravesada de asco. Eh, pero no fui malo, que incluso le ofrecí. Pobrecita... ¿y si se moría de hambre?

Parece que eso fue la puntilla a su paciencia, porque dejó de hacerme caso. Sin duda, el mejor consomé que había tomado en mi vida. Y no precisamente por lo bueno que estaba.

Mientras a los otros les llevaban la bebida y el pan, a mi me llegó el segundo plato, un hermoso y sabroso chuletón de carne. Me armé con tenedor y cuchillo. Y justo cuando fui a darle el primer corte, algo me frenó. ¿Qué era eso reseco que tenía el cuchillo? Aaaahg. Lo que menos me gusta de comer fuera es que a veces los cubiertos no están lo limpios que deberían estar. La señora indiscreta había llamado a un camarero, y este iba de camino, así que aproveché para comentarle lo del cuchillo. Tras ver el estado en el que estaba el cuchillo, lo envolvió en una servilleta de tela y se lo llevó a la cocina. Y al momento, el camarero me trajo otro cuchillo. Esta vez, estaba impecable. Pero en ese momento noté algo que se clavaba en mi y que incluso llegó a atraversarme.

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