domingo, julio 29, 2007

Los días que Miguel Hierro jamás olvidó (2)

Los días que Miguel Hierro jamás olvidó (2 de 6)

“Perdón”, me disculpé. “A ver si miras por donde vas, imbécil”, me respondió agriamente el sujeto. En fin... porque me giré hacia él al pedirle disculpas, que si no, no me hubiera dignado en mirarlo. Era el típico pijo vive la vida que nunca ha dado ni un palo al agua, o al menos eso me pareció. He ahí él, mirándome con aires de superioridad, con su cara bonita, su “media melena atrae nenas” y una de esas camisas estrafalarias que tanto abundan en las “altas esferas”. Me recordó a una camisa horrorosa que me regaló mi ex... Bueno, a una no, a varias camisas.

Cuanto gilipollas prepotente hay suelto por el mundo. Yo ya había cumplido, me había disculpado. Si él esperaba que me volviera a disculpar, la llevaba guapa. Así que me di la vuelta y seguí mi camino. Él emitió una especie de bufido, seguramente fruto de sus aires de superioridad. En el vestíbulo había una señora sesentona, por no decir setentona, que me lapidaba con la mirada. Joder, ni que lo hubiera matado.

Pero a continuación ocurrió algo por lo que me dieron ganas de dar cabezazos en la pared. El pijo le preguntó al recepcionista si ya habían dejado libre alguna suite, a lo que el recepcionista contestó afirmativamente. ¡Nooooo! ¡Le he dado en bandeja mi suite al niño de papá este! ¡Mierda! Yo estaba ardiendo por dentro. Si lo llego a saber, no hubiera hecho el cambio, sólo por joder al gilipollas ese. El botón de llamada del ascensor pagó parte de mi ira.

El enfado me duró hasta que se abrieron las puertas del ascensor. Ahí estaba ella, la limpiadora. Me quedé fuera de juego y también casi me quedo fuera del ascensor. Seguro que me estaba poniendo colorado mientras subía al ascensor. Menos mal que ella estaba cabizbaja, seguramente por el rapapolvos que le echó antes el recepcionista. Mientras subíamos, oí un tímido sollozo por parte de ella. Qué menos que interesarme por ella. “¿Estás bien?”, le dije. Ella asintió, algo nerviosa. “¿Necesitas ayuda?”, añadí mientras el ascensor llegaba a su destino. Ella giró la cabeza, haciendo un gesto negativo. Como no la conocía y no quería meterme donde no me llamaban, no insistí más. “Está bien, hasta luego”, le dije mientras salía del ascensor.

Ahora tocaba encontrar mi habitación, la número 26, mi número favorito. Me pareció que la habitación iba a estar en la otra punta del pasillo. La próxima vez cogería el otro ascensor, que pillaba más cerca. Pero cuando estaba llegando a la mitad del pasillo, la chica llamó a alguien: “Antonio”. Extraño, pues allí no había nadie más. “Te llamas Antonio, ¿no?”, dijo ella. ¿Sería a mi? Me giré para mirarla, y efectivamente me lo estaba diciendo a mi. Pero, ¿por qué me estaba llamando Antonio? Hum... seguramente escuchó al niño al que le seguí el juego cuando me llamó Antonio, y se pensaba que me llamaba así. No me dio tiempo a corregirle y a decirle que mi nombre era en realidad Miguel. Ella estaba a mitad de camino entre el ascensor y donde estaba yo cuando rompió a llorar.

Solté las maletas y me dirigí hacia ella. “Eeeeh, hey..., ¿qué te ocurre?”. Ella me respondió algo que no pude descifrar. Su llanto a penas le permitía hablar. “Tranquila... cálmate”. ¿Tranquila? ¿Cálmate? ¿Es que yo no era capaz de decir otra cosa que no fuera lo típico? Quizás en ese momento no. Tenía la cabeza ocupada contemplándola. Aunque suene cruel..., esta chica al llorar se convertía en una diosa. Qué ojos más hermosos tiene cuando llora... Y cómo me derrite cuando me mira... Y se llama Mar, seguramente por su mar de lágrimas... Un momento, ¿cómo sé que se llama Mar?

“Perdona si te he... snif... preocupado. Me llamo Mar... snif... ¿Hola?”. Conseguí salir del trance. “¿Por... por qué te has puesto así?, le dije como pude. Ella miró hacia abajo y dijo muy flojito: “Porque... aquí nadie... me tiene aprecio...”.

“¿Lo dices por lo del recepcionista?, contesté.
Ella, tras un suspiro profundo, añadió: “Por el recepcionista, por las demás chicas de la limpieza, por los camareros... todos me odian... snif”. Arrancó a llorar otra vez, mientras se agachaba para sentarse en el suelo.

Pobrecilla, le debían hacer la vida imposible en este hotel. “¿Y por qué no buscas otro sitio donde trabajar? No puedes seguir trabajando en un sitio así.”

“No puedo, necesito el trabajo, el dinero. Me... snif... ha costado mucho encontrar un trabajo... snif... aunque sea de limpiadora. No... snif... no puedo perderlo.”, contestó ella.

“¿Y no puedes hablar con alguno de los jefes...? ¿No hay alguien que te pueda ayudar aquí?” Qué duro ha de ser trabajar en esas condiciones...

“No... snif... no... nadie... Estoy... snif... solaaaaaa...”. Toqué la fibra equivocada. Otra vez a llorar como una magdalena, con la diferencia de que esta vez se lanzó hacia mi y me abrazó. Por un lado, yo quería desaparecer de allí, en menuda situación me había metido. Pero por otro lado... el mejor... ella estaba abrazada a mi con todas sus fuerzas, con lo que eso implica...

“Venga... venga... Yo estoy aquí, te puedo escuchar y ayudar”. Todo sea por calmarla. Tras casi cinco minutos diciéndole cursiladas mientras estaba abrazada a mi como una lapa, ella se sintió algo reconfortada y yo... ejem... Mientras se despegaba lentamente de mi cuerpo, me susurró un dulce “Gracias”.

Lo lógico es que después yo le dijera algo como “No hay de qué”, o “Me alegro de que estés mejor” o algo similar. Pero no pude porque cuando quise darme cuenta tenía la boca ocupada. Ella se había lanzado directa a mi boca y estábamos enfrascados en un profundo beso.

Cuando nuestros labios se separaron, nos quedamos mirándonos mutuamente, con la respiración acelerada. “Quiero repetir”, dijo ella. Esa vez fui yo quien se dirigió a sus labios, pero ella frenó mi avance clavando un dedo en mi pecho. “Quiero repetir, pero más tarde...”, añadió. “¿Te importa que luego te haga una visita? Después de la hora de cenar.”, sentenció ella. Con una sonrisa picarona, saqué del bolsillo la llave de mi habitación y le mostré el número del llavero. Ella captó el mensaje y esbozó una gran sonrisa. Se dirigió hacia el ascensor y desde allí me lanzó un cálido beso.

No me podía creer lo que había pasado. Vamos, a cualquiera que se lo cuente, no me creería. Tú me crees, ¿verdad? En ese momento estaba pletórico. ¿Quién se podía imaginar que tras una semana de vuelta al mercado, iba a tener esa suerte? Hey... hey... No pienses que soy un aprovechado, que ha sido ella quien me ha buscado y quien se ha ofrecido. Además... yo también ando muy necesitado de cariño, y de algo más... Aún recuerdo la pillada que nos hizo el padre de la que fue mi novia. Menudo mal rato pasé... Y cómo se puso él. Casi me echa a patadas de su casa. Pero para mal rato, el que pasaría él hace semana y media, cuando por accidente lo pillé a él y a una mujer que no era su esposa en una situación similar...

Lo importante era que esa noche me lo iba a pasar bien. Y esperaba que Mar también.

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