Érase una mañana de sábado, poco antes de las 10 en la que estaba durmiendo plácidamente, hasta que una horrenda música llegó a mi habitación, atravesando el doble cristal de la ventana. Eran mis vecinos del edificio de al lado que no podían faltar a su cita musical del sábado.
Gracias a ellos, he abierto los ojos, y he pasado a odiar canciones y artistas como Niña Pastori, Alejandro Sanz, el Aserejé (este con mérito, 11 veces la canción en una hora), Papi Chulo, el Reageton (o como se escriba ¿eso?), gitaneo, etc... Los próximos, Handilucah (como los llamarán ellos).
Cuando me cambié de casa, esperaba tener un espacio más tranquilo, sin críos en el patio de luces, sin un vecino que para aquél entonces era un proyecto de garrulo (cómo será ahora...) poniendo la música a la 1 de la mañana, sin una cría con voz de drogata y más pava que Karina al otro lado de la pared...
Pero no, estaban ellos. Música de penoso gusto a todo volumen, críos escandalosos, madre con voz de grajo, peleas matrimoniales, perros en la terraza, televisión hasta las 2 de la madrugada en verano. Y para colmo, si se van, es para que derriben su edificio y construir uno nuevo. ¿Aguantaré otra vez meses y meses de obras al lado de mi casa? No sabría que es peor...
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